Todo va bien - 6. Bala
El médico le dijo que había tenido mucha suerte. La bala había atravesado su abdomen sin herir nigún órgano vital. Unos milímetros más allá en cualquier dirección y no se habría podido hacer nada por él. Aún así la operación había sido muy delicada, había perdido mucha sangre. Ahora estaba estable, aún habría que esperar unas horas para saber cómo evolucionaría, pero el médico era optimista: él era joven y su cuerpo no se rendiría fácilmente.
Cuando despertó ella estaba a su lado. Vió como abría los ojos y miraba al techo de la habitación. Inclinaba ligéramente la cabeza a la izquierda, hacia la claridad que entraba por la ventana. Después miraba hacia la derecha y la veía. Al principio pareció no reconocerla, después esbozó una ligera sonrisa. Ella se levantó de la silla y acarició sus labios con un beso mientras las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos.
Vino la enfermera y llamó al médico. En un primer exámen descubrieron que él parecía no recordar lo que le había pasado. El médico no le dió mucha importancia (ya ha pasado lo peor, tiempo al tiempo). Después llegaron sus padres y algunos amigos y compañeros de trabajo. Todos le felicitaron por haber vencido a la muerte. Algunos se interesaron por lo que había pasado. Pero él se limitaba a mirarlos, sin decir ni palabra, con una media sonrisa congelada en los labios.
Una semana después, aún en el hospital, llegaron dos policías pidiendo permiso para hablar con el paciente. Tenían a un sospechoso. Alguien había visto a un tipo corriendo cerca de donde ocurrió el atraco y le habían identificado. Aún no tenían la pistola, pero si la víctima también lo identificaba positivamente no haría falta encontrala. Como antes, él no dijo nada. El médico se disculpó ante los agentes, no porque debiera hacerlo, sinó porque no sabía cuándo el paciente recuperaría la memoria. Era evidente que se encontraba en estado de shock.
El día que regresó a casa se encontró con una fiesta sorpresa. Como las de las películas. Todos sus amigos, con los que siempre tomaba el café o salía de fiesta, estaban allí. Había una gran pancarta en el comedor dándole la bienvenida e incluso un pastel. Estuvieron bromeando sobre su suerte (no te olvides de comprar lotería) y hablando de los temas de siempre. Rieron con las paridas del gracioso del grupo y se retiraron pronto para que él pudiera descansar.
Estuvo un par de meses de baja. Al principio tenía visitas casi cada día. Después alguien, de vez en cuando, venía a cenar con ellos o a tomar el te. Poco a poco las visitas y las cenas se fueron convirtiendo en llamadas y correos electrónicos. Cuando el médico le dió el alta sus compañeros de trabajo volvieron a hacerle una fiesta de bienvenida en la oficina, con globos y todo.
Después todo fue como antes había sido. Volvió a ocupar su silla, a encender su ordenador y abrir el correo. Volvió a llamar a clientes, a tener reuniones. A ir cada día al bar de la esquina a comer. A pelearse con los proyectos y enfrentarse a las fechas límite. A enfadarse consigo mismo por sus errores. A abrirse camino a la fuerza para salir del metro y a trabajar los fines de semana.
Una tarde al volver a casa, meses después de todo aquello, ella se lo encontró a oscuras sentado en el comedor. Tenía la cabeza entre las manos y los codos apoyados en la mesa. Encendió la luz y le abrazó preocupada (¿te encuentras bien?). Él no respondió. Le cogió suavemente las manos para poder verle la cara. Tenía los ojos rojos e hinchados. Había estado llorando (¿qué te pasa?). Él la miró, con aquella mirada que se le había quedado desde aquella noche (¿sabes?...). Le temblaba la barbilla, no parecía capaz de continuar. Ella aumentó la presión sobre sus manos (¿sí?). Una lágrima empezó a resbalar por su mejilla.
- ¿Sabes?..., le pedí que lo hiciera.
Le miró con la frente arrugada, intentado comprender de qué le hablaba. Poco a poco empezó a entender lo que había pasado. Le vió en sus ojos sosteniendo con fuerza la mano del atracador contra su abdomen. Le oyó suplicándole que disparara. Conforme el conocimiento se abría camino en su cerebro la presión de sus manos iba cediendo. Cuando ella las dejó caer él volvió a taparse la cara con ellas, sin poder parar de llorar.
Altura de la órbita: 266.2 mi - Velocidad de navegación: 17345 mi/h - Flujo solar: 8 part/cm2 - Temperatura exterior: 24 K - Temperatura de cabina: 294 K - Presión de cabina: 737 mmHg - Oxígeno: 20.6 % - Ritmo cardiaco: 26.
let me tell you a secret
put it in your heart and keep it
you tell me you're cold on the inside
how can the outside world
be a place that your heart can embrace
bee good to yourself
because nobody else
has the power to make you happy