Cuentos - Una Vida Entera
Yo siempre la miraba, desde chico ya me quedaba horas y horas mirando su cuerpo ir y venir: desde mi más tierna infancia recuerdo su voz hablándome al oído, contándome que su mamá, que su perrito: o vete tú a saber cuantas cosillas son capaces de decir dos niños que se aburren en la escuela. Sí, recuerdo aquellos primeros años de escuela en que yo ya me fijaba en ella: pensaba, como siempre he pensado: que era guapa, pero algo más, como si su belleza fuera consecuencia de, no el motivo por el que, si no más bien, la evidente respuesta a: no la causa del abandono sutil que sentía junto a ella: como si mi vida dependiese dependiera entera de ella y sus ojos y su voz, sus labios y su noche entera.
Luego ya de mayor, con quince, dieciséis, diecisiete y más años la seguí viendo y mirando: hablábamos: ella me contaba que su mamá a veces, que su perrito, o que últimamente ya no tenía tiempo para. Pero yo seguí mirándola bien adentro, con el filo de mis ojillos siempre prendidos de su falda, de su voz y su sonrisa: reconozco que siento especial debilidad por su completa persona de mujer que se levanta como el viento: suave, y se acuesta como el mar: llena de olas. Adoro ese caminar insinuado de sus piernas bajo sus faldas enorme, su vocecilla de mañana cuando canta a veces, o por la noche, cuando habla con las estrellas.
Sí, reconozco mi absoluta debilidad por ella: mi necesidad de: mi más dulce tentación que siempre se detiene delante de mi ventana y me saluda: y aveces incluso me besa, y yo estoy en el cielo, y me abraza y me dice cosas con cariño y corazón, y se ríe mucho y me regala sus coquetas y abiertas sonrisas de mañana ¿se puede empezar mejor el día? Cierro los ojos y respiro hondo: adentro adentro: sonrío a oscuras: muy adentro hacia mí: es entonces cuando sé verdaderamente que todo va a salir bien ese día: no puede fallar: ella así lo ha decidido. Yo me siento y fumo un cigarrillo, esperando que vuelva y me cuente, me hable y se trasnoche: me difumine la vida entera hablando de intenciones, sueños y pasiones: el juego de la adolescencia.
Me dolió bastante cuando se casó con aquel chico venido de lejos, con ese extraño acento y su cuerpo bien cruzado: ninguno sería suficientemente bueno para ella, pero, reconozco que no me extrañó que ella se enamorara, que lo amara como quien quiere a una guitarra: no por lo que es ni lo que será, no, más por lo que podría hacer si se atreviera: más por lo que te hace sentir que por lo que siente.
Sí, me dolió que se casara con él. Pero casada y con dos hijos como dos soles y una hija traviesa como el mismo demonio: un ángel: mi ángel cargado de pecas y risas y palmas y dos ojillos brillantes uy su voz y su duende. Un ángel que se paraba por las mañanas a contarme que su mamita esto, que su perrito además, que los otros niños incluso... ah, los niños. De vuelta a casa por las noches, se acercaba a mi ventana y golpeaba: aquella sonrisa maravillosa viajando a través del tiempo: se me saltan las lágrimas sólo de pensarla. Yo abría la ventana y la besaba dos, tres veces en sus mejillas y ella me hablaba desde allí: yo en mi estudio encerrado y ella de pie, apoyada contra el marco de la ventana: balanceándose: hablándome de sus sueños, sus ilusiones: sus pasiones. Mientras me contaba yo escuchaba, y con papel le hacía flores de mil colores que le ponía en la oreja, o por el pelo: sublime: llegaba la madre: mi diosa, y yo sonreía aún más y a ella también le ponía una florecilla de papel en la oreja y ella me daba las gracias y una sonrisa ancha: entera, y un beso: dos: tres, y hablábamos los tres a través de mi ventana y nos despedíamos y ellas se iban a cenar y yo pintaba pintaba pintaba e incluso cantaba o lloraba o reía, hasta bien preñado el amanecer.
Luego se fue ya adelante de los cuarenta cuando decidieron mudarse ella y su marido perfecto y sus dos hijos como dos soles y el demonio ángel de su hija: bañada de pecas y su misma sonrisa. Justo antes de irse yo le dije en voz muy baja: Zoe, vas a ser una chica de cuidado, y ella se giró luego y me mandó un beso y me guiñó el ojo: mi vida por ti, princesita, y se despedía mientras andaba abriendo y cerrando las manos: Los ojos grandes llenos de mar y tiempo: nos mirábamos juntos los tres y nos despedíamos: buena suerte. Ellas, que tantas veces me habían contado que su mamá, que su perrito... Que su perfecto marido: que te echaré de menos, que te cuides y me llames: escríbeme tú que tienes lápiz, mano y suerte, y tiempo, y alma: y lágrimas añadía yo mientras mi pañuelo la rescataba, y abrazándonos le deseaba buena suerte, y ella me besaba dos, tres veces y se fueron: y se fue.
Salió la luna aquella noche temprano y nos emborrachamos de lluvia los dos: de música, gritos y vino. Ella se fue cuando cumplió cuarenta, y yo sentado en la butaca a oscuras, me quedé allí: sentado en mi casa de toda la vida: la casa de mi infancia: de mi vida y mi muerte: me quedé allí en mi estudio encerrado: pintando y escribiendo: las cosas que pasan o deberían pasar: entre ella y yo: el infinito.
A los dos años de recordarla una noche: sentado en la ventana fumando vi como se acercaba alguien: una enorme falda que ondulaba y venía de la noche como el mar: era ella, cargada de olas y lágrimas que volvía a contarme: a contarme que su perfecto marido se había marchado con otra diez años más joven, que le había quitado a sus dos hijos como dos soles, y que su hija ahora dormía en el coche y ella: se había llevado a la niña sin que nadie lo supiera, ya nunca riendo. Me abrazó y me besó. No sabía a quien acudir, me mataron las voces. La abracé y le acaricié el pelo. Cálmate, cálmate.
Aquella noche con la ventana abierta y el corazón apretado fue la primera noche que durmió en mi casa: mi ángel traída en susurros y cosquillas del coche a la cama y su madre mordiéndose el puño y dándome las gracias y yo en el cielo, o mejor aún, debajo de.
Ahora, una chica que sonríe como el sol viene a verme dos veces por semana: me trae un poquito de pastel que hace ella misma: viene como el mar: revoltosa y juguetona: cargada la cara de pecas y una flor en la oreja, o en el pelo. No reímos y a veces lloramos: cuando se marcha me besa dos, tres veces. Me dice que me cuide y yo asiento. Yo le digo, Zoe, eres una chica de cuidado: ella se ríe y arruga la nariz y yo estoy en la torre de babel bajo su sonrisa encantadora y se me mancha el corazón de ella. Se mancha con el viento, su aire y mi vida. Todo lo que me queda de tu madre eres tú, preciosa. Luego, como siempre me echo a llorar toda la noche, como el viejo estúpido que soy: son las lágrimas de las noches más largas: camino de mi infancia.
Fantástico, me has dejado sin palabras. Me ha gustado mucho tu relato, a pesar del problema de tener que pelearse con una puntuación arriesgada.
Sent by Xose on 06/07/2004 at 17:39 GMTLlegint aquesta història he pensat que manca la comunicació amb els altres, i que sobra l?excessiva comunicació amb un mateix, que fa negar el desig i enhaltir la por, que només veu el passat i no mira el present ni el futur, en definitiva, que escoltant-se a un es deixa anar la vida.