Cuentos - Rafah
El bulevar está lleno de gente aprovechando el último día de rebajas y es difícil caminar entre la muchedumbre. Sameh continuamente tiene que apartarse para dejar pasar a una familia, el padre y la madre con los brazos cargados de bolsas e hijos, a una pareja de inseparables agarrados por la cintura o a un grupo de jóvenes escandalosos.
A Sameh le cuesta entender lo que le rodea. Es muy difícil para él imaginarse la vida de esas personas. Las imágenes se agolpan en su retina en un rompecabezas al que no logra encontrar sentido. Una chica en minifalda probándose unos zapatos rojos de tacón. Un mocoso de rollizas mejillas relamiendo una enorme piruleta. Una pareja besándose en la boca, ella con una bolsa de la tienda de lencería de la que acaban de salir. Una panda de chavales persiguiendo a dos chicas emperifolladas. Una madre corriendo tras su hijo que huye riendo hacia los tiovivos de la plaza. Para Sameh esa gente, ese lugar y ese tiempo no son los suyos. Algo está equivocado en este mundo si realmente es el mismo infierno en el que él se ha criado.
Sameh es de Rafah, la última ciudad de Gaza, dividida en dos por la frontera con Egipto. Un barrizal en el que viven miles de personas en chozas agujereadas por la lluvia y las balas de los soldados. Pero las paredes no son las únicas que tienen agujeros en Rafah. Cada familia ha perdido algún hijo, algún hermano o algún marido en los habituales enfrentamientos con los soldados judíos. Y la familia de Sameh no es una excepción. Ha perdido dos hermanos. Al pequeño, Ahmed, le alcanzaron cinco veces cerca del colegio... en la frente, el cuello, el brazo, el corazón y la mejilla. Su madre había visto impotente como los soldados no permitían su traslado al hospital de Jerusalén, donde quizá le hubieran podido ayudar. Después de conseguir que le atendieran médicos árabes en Gaza había estado toda la noche en vela junto al teléfono bloqueada en su casa por el toque de queda. Sameh no fue capaz de decirle a su madre al día siguiente que su hijo pequeño había muerto. Después tuvieron que soportar las risas de los soldados cuando les entregaron el cuerpo para enterrarlo en mitad de la noche.
De eso hace ya unos meses, pero Sameh no puede olvidarlo. El agujero de su familia está en los ojos vacíos de su madre, sentada en la butaca del salón esperando cada tarde que Ahmed vuelva del colegio. Y a Sameh esa mirada le persigue allá donde va, como en este escaparate ante el que se ha parado, mirando un precioso pañuelo azul oscuro con bordados dorados. Ese pañuelo le encantaría a su madre. Se lo podría regalar, así quizá volvería a salir a la calle, a pasear el zoco como una señora, a charlar con las vecinas,... y a reír. ¡Hace tanto tiempo que Sameh no ve reír a su madre!
Poco a poco, con los ojos húmedos, Sameh entra en la tienda pasando al lado del agente de seguridad de la puerta, que le sigue con la mirada. Conforme se acerca al mostrador la idea de comprarle el pañuelo a su madre se va alejando. La dependienta le mira extrañada al ver delante suyo un hombre llorando mientras él mete la mano bajo el ala de su chaqueta.
Sameh aún tiene tiempo de escuchar, sorprendido, el chasquido del detonador al activarse.
Quantes vides trencades, malmeses, desfetes en dolor...les nostres veus i les nostres paraules no han d?aturar-se davant la impunitat!
M?ha agradat molt el teu escrit.
Es increible pero después de tantos años todavía consigues emocionarme, es muy buena la historia aunque lo que pasó aquí en Madrid unos días antes de mi cumpleaños hace que cada vez que leo algo así se me salten las lágrimas. Aún así te felicito aunque ya sabía de tus dotes de escritor, todavía conservo aquellas cartas...