Cuentos - Caída Libre
Me levanté sudando. Todo daba vueltas. Empecé a creer que la casa se quemaba, o algo así, pero no había humo. Todo giraba, como si fuera irreal, yo mismo y el mundo que me rodeaba, que me contenía. Irreal.
La oscuridad me ponía cada vez más nervioso, y con sólo pensar en oscuridad, más nervioso aún. El reloj marcaba, si no recuerdo mal, las 4:30 AM, estaba sudando, bañado en ese fétido lubricante personal. Sudando y nervioso, presa del fantasma del nervio encogido, no podía dormir... sin apartarme del calor angustioso y execrable. Calor y oscuridad.
Me levanté y tiré las sábanas al suelo, las pisé y bajo su piel de algodón pude notar el frío suelo, su grito, su llamada "Ven a Mí, mi amado esclavo", pero lo ignoré. Por la noche, cuando el sudor gobierna bajo las leyes de un insufrible calor sólo hay un Dios al que rezar: El aire del exterior.
Abrí la ventana, y empecé a correr al cortina. El aire me besó en la nuca. Tal vez me dijo un silbado "Te amo", tal vez no. Cerré los ojos y respiré su frescor nocturno: el aire de ciudad.
Abrí los ojos y miré por la ventana, miré sin entender, y lo único que entendía era que estaba mirando incomprensiblemente por la ventana, y entre mis ojos y el aire había un grito: el mío.
NNNOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOoooooooooooooo... !!!
Vi cómo caía un señor que había perdido su sombrero tres pisos más arriba. Vi una señora y su perrito pequinés, también caían. Una joven me saludó con una mano y me sonrió, con la otra aguantaba un revolver. Vi caer a mi antiguo profesor de matemáticas, encima suyo caían los jugadores de fútbol del equipo local. Me pareció ver a un pajarillo que volaba. Sin duda sólo me lo pareció, también caía mientras trinaba. Vi un zapato caer seguido de su dueño, un niño que aguantaba una pelota verde y amarilla. Su madre gritándole que no se alejara. En efecto, también caía. Y cierto es que también pasó por delante de mi ventana.
Me quedé allí quieto, sudando, mirando caer la ciudad, sus habitantes, los pájaros.
Cayó como una bala la estatua de Colón, acompañada por un coche fúnebre sin conductor.
Caían. Los árboles del parque cayeron sin orden, las papeleras caían formando un triángulo invertido. Caían. Pasó un buzón sin cartas, y éstas mismas instantes después en una nube blanca y heterogénea. Pasó mi madre muerta de un ataque al corazón. Un perrito orinaba mientras caía, y caía. Caía la pescadera, una pareja copulando sobre el aire, sobre la caída... la gente de aquel concierto, y un saxofón. Cayeron mis amigos, uno detrás de otro, cantando una vieja canción. Cayeron, mis amigos y un ruido me despertó.
La ensoñación había sido poderosa, casi hipnótica, ver gente caer, un método nuevo para dejar de creer. Desperté y supe qué se suponía que debía hacer. No había sido un trueno, fue un disparo, apuesto que de un revolver de mujer.
Me subí al filo de la ventana y volví a gritar. El cartero pasó rápido, pero suficientemente despacio para decirme "Buenos días" y entregarme una carta (estaba en blanco y en el remite ponía "Caigo desde arriba"). Yo también salté... y empecé a caer.
Escribí este cuento mientras caía. Aún estoy cayendo, pero ya nadie me adelanta... y soy feliz (tal vez).