Cuentos - La voz de la radio

Como cada mañana de los últimos 14 años, Laura se despertó escuchando la voz de Mario en la radio. Sumergida bajo las pesadas mantas de la cama de matrimonio, esperó con los ojos cerrados las señales horarias que anunciaban las seis de la mañana. Era, con diferencia, el mejor momento del día. Deliberadamente ponía el despertador diez minutos antes de las seis y saboreaba cada uno de esos seiscientos segundos. Dejaba que la voz de Mario se colase bajo las mantas y ocupase el lugar en el que tantas veces había despertado su cuerpo. Imaginaba que esa grave voz de locutor de noche le susurraba al oído, esperando recibir en cualquier momento un beso de buenos días.

Durante esos diez minutos cada mañana, tras la oscuridad de los párpados cerrados, Laura se imaginaba dormida bajo un árbol al borde de un verde prado. Quizá era el mismo prado en el que alguna vez habían parado a descansar tras una excursión de fin de semana. Creía recordarlo así. Estaba tumbada, apoyando la cabeza en el regazo de Mario. Notaba como él la cubría con la chaqueta y dejaba descansar el brazo sobre su pecho. Era tarde, puede que estuviera anocheciendo, quizá él había descubierto el saludo del viento en la copa de algún árbol. No era capaz de escuchar su corazón, pero notaba el calor que desprendía su cuerpo. Se sentía completamente protegida, escuchando el leve rumor de ese viento que se acercaba alborotando la hierba, los sonidos de los animales en los árboles, los agudos pitidos de la radio.

Laura abrió los ojos lentamente, con esa sensación de transición entre sueño y realidad que los confunde. En la radio, Mario le dio los buenos días, era martes. Retiró la manta y se incorporó ligeramente sobre los codos. Inmediatamente un latigazo de dolor recorrió su espalda. Desde hacía unas semanas, Laura se había dado cuenta de que su cuerpo permanecía rígido toda la noche, petrificado en su lado de la cama, en el único lado de la cama, evitando invadir un territorio del que prefería olvidar su existencia. Poco a poco recogió las piernas e inclinó el cuerpo, estiró el brazo derecho, con el que se apoyaba sobre el colchón, y consiguió sentarse en el borde de la cama. El frío contacto de las plantas de los pies con el suelo de piedra calmó momentáneamente el dolor sordo que se le acumulaba en los riñones. Allí se detuvo unos segundos, con la vista fija en el zócalo de madera junto a la mesita de noche, concentrándose en el dolor, mientras dejaba que la realidad le subiese fría por las piernas.

Aún medio dormida, escuchó la voz de Mario informar quizá de alguna nueva catástrofe natural en un país demasiado lejano, de esos que tan solo existen en el mapa. En la oscuridad del dormitorio, agujereada por la luz que atravesaba entre los listones de la persiana, fue distinguiendo las formas de los diferentes objetos de la habitación. Junto a la cama había una mesita de noche, sobre la que los rojos números de la radio-despertador indicaban las seis cero tres. En el centro de la mesita una sencilla lámpara. El pie de la lámpara se derramaba sobre un redondo tapete blanco formando una pequeña concavidad donde Laura había dejado las pastillas antes de quedarse profundamente dormida la noche anterior. El cajón de la mesita estaba ligeramente abierto, cogió las pastillas y las dejó caer por la pequeña abertura cerrándolo después. Apoyándose en la mesita, Laura miró a su izquierda. A los pies de la cama estaba el armario, con un espejo de cuerpo entero en el que Laura ya no se miraba. Junto al armario, contra la pared del fondo, había dos sillas de madera y asiento de mimbre. En el respaldo de una de ellas colgaba un jersey de cuello marrón, sobre la silla, una sencilla falda azul perfectamente plegada y un sujetador blanco de aros. La otra silla estaba vacía. Al otro lado de la cama, junto a la puerta de entrada al dormitorio, había una cómoda con unas cuantas fotos en marcos plateados, pero Laura no se giró a mirarlas. Su pensamiento estaba en la cama de matrimonio. Con suavidad acarició la colcha con la mano y girando la cabeza, lanzó una tímida y furtiva mirada al lado izquierdo de la cama. Allí, tan cerca y a la vez tan lejos, ni una arruga asomaba bajo la manta. La colcha perfilaba el borde de la cama y subía hacia la almohada, bajo la que desaparecía momentáneamente para aparecer de nuevo y envolverla antes de perderse entre el colchón y la cabecera.

De nuevo, Laura volvió la vista al frente, hacia una hendidura entre dos listones del zócalo. Tenía los pies helados. Las palabras de Mario continuaban rodeándola, viajando sobre mágicas ondas, pero ya no les encontraba ningún sentido, no hablaban de ellos. Sin pensárselo más, dirigió la mano que aún tenia apoyada sobre la mesita de noche al interruptor e hizo callar la voz de la radio.

Sent by Xose Sent by Xose on 06/03/2004 at 17:19 GMT | read 88 times
Comments

Un pequeño comentario para que se quede bien, pié en realidad es pie, es monosílabo y no lleva tilde. Me gusta sobre todo el último párrafo y también el segundo. Un saludo ;)

Comentario Sent by RodneyJC on 06/06/2004 at 14:01 GMT
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