Cuentos - EL PROYECTOR
Some kinds of love, Marguerita told Tom
Between thought and expression lies a lifetime
Situations arise because of the weather
And no kinds of love are better than others.
Some kinda love
-The Velvet Underground
Hacía mucho tiempo que había descubierto la mejor manera de relajarse. La Forma. Sentarse en su sillón de cuero negro con un whisky con hielo y dejar que la Velvet hiciera el resto desde aquel renovado equipo de música. Que te penetrara suavemente el amargo elixir de fuego acompañando a las voces, una guitarra, incluso a veces un violín. Era el hombre de la lluvia, la música que llegaba en silencio mientras un proyector escupía viejas imágenes en blanco y negro que, generalmente, pertenecían a Casablanca.
Encendió un cigarrillo y aspiró el humo gris que pronto escupiría. Estaba nervioso. Era normal que lo estuviera en momentos como ése. Siempre se ponía un poco nervioso después de matar a una mujer. Aquella noche no era diferente: el vaso, el hielo, el whisky, el sillón, la Velvet, Casablanca, el proyector, su viejo y querido proyector, proyectando sólo para él.
Todo igual, del mismo modo que siempre. Un ritual llevado a cabo con excelsa minuciosidad. Esmero y Cautela: una mujer asesinada.
Aplastó el cigarro en el cenicero y bebió un largo y respirado trago. No, aquella vez era diferente. En el mismo acto de siempre: una diferencia que jamás se dejaría revelar. Una sutileza, pero diferente al fin y al cabo, y él lo sabía y aún así no podía hacer nada para evitarlo: una diferencia inevitable. Aquella vez ni la bebida, ni la música, ni las imágenes iban a calmarlo. No hacía más que pensar en lo que iba a suceder a partir del peligroso momento en que las luces se apagara. A partir de que la oscuridad dejara en libertad a todos sus miedos, sus temores, ésos que alguna vez acabarían con él.
Estornudó, sintió un poco de frío y se autoabrazó, intentó encogerse más aún en aquel sillón negro de cuero personal. Intentó sentir su propio calor. No pudo sentir, ni evitar, otro estornudo más fuerte que el anterior y estornudó. Maldijo su salud de agua y se levanto con el frío royéndole los huesos. Odiaba el invierno. Cerró las pocas ventanas abiertas que habían en aquel maldito piso. Malhumorado casi, hizo enmudecer a la Velvet, llevó su vaso a la cocina y al salir volvió a estornudar. Sólo e faltaba eso: coger un maldito resfriado. Fue al lavabo y se lavó las manos, los dientes. Orinó y luego escupió la flema que ruidosamente había arrancado del fondo de su garganta. Tiró de la cadena y se fue a su habitación, al pasar por el comedor para apagar las luces vio que en el proyector Casablanca ya terminaba. Pensó en quedarse y volver a ver el final, pero arrugando su bigote decidió que no. El final no era la parte que más le gustaba de aquella película sin voz.
Apagó todas la luces de la casa a excepción de la que daba aquel viejo proyector que seguí escupiendo imagen tras imagen. Ahora llegaba el momento más temido. Si hay miedos que te acosan, ahora es el mejor momento para atacar, en el camino que lleva del oscuro comedor a la no todavía iluminada habitación. Pero no fue ese el caso. Entró en su habitación y sin encender la luz vio que en la cama se encontraba su mujer. Estirada e inmóvil, tenía la boca abierta y la cabeza demasiado echada hacia atrás, en conjunto, parecía como si estuviera haciendo una especie de mueca que provocaba una sensación como de fastidio. El se acercó a ella y la besó en silencio, lenta, cálida, personalmente abrazado a su intimidad.
Poco a poco sus manos la desvistieron, mientras él le hablaba del futuro, mientras la besaba con cuidado, con pasión. Sus manos se entretuvieron sobre los generosos y casi caídos pechos de su mujer, frotándolos con malicia, con armonía. Y los besó lentamente mientras las manos desvistieron por completo ambos cuerpos y entre besos y palabras de futuro hicieron el amor. Una vez. Dos.
Lo siento mi vida, lo siento amor. Dijo llorando mientras se abrazaba a su mujer. Las lágrimas también mojaron la cara de su mujer, y él, abrazado a su cuerpo, se empezó a arrepentir.
En el comedor, mientras el juntaba su cuerpo al de ella y lo llenaba de amor, el proyector había cambiado las viejas imágenes de Casablanca por unas imágenes de su habitación, su nidito del amor. Una habitación de matrimonio en la que un hombre, el hombre sentado en el sillón, disparaba a sangre fría a su mujer un tiro entre los ojos, dejándola tendida sobre la cama, con la boca abierta y una especie de mueca, como de fastido, mientras un hilo de sangre le corría por la frente.
Desagradable. A menudo se huye de esas imágenes más viscerales, tabúes, yo mismo lo hago, se ocultan. La historia impacta, no se conoce al personaje, no se sabe el porqué, el lector es completamente libre de imaginar qué se esconde detrás del proyectista o de símplemente pasar página (o su correspondiente digital). Pero haga lo que haga no le será indiferente.
La escena del dormitorio está conseguida. Espero que sigas publicando historias.