El maquinista - La noche que Eladio subió al cielo

La noche que Eladio subió al cielo, Don Joaquín y el Padre Fran estuvieron discutiendo hasta tarde. Fue una discusión acalorada, de esas en las que las palabras van acompañadas de esputos. Los dos en pie, junto a la tabla de juego, se insultaban vehementemente mentándose la familia viva y la muerta. Quienes conocían al Padre Fran le sabían, a pesar de su profesión, perfectamente capaz de insultar con las peores palabras del infierno. Pero esos mismos se hubiesen sorprendido de ver como Don Joaquín echaba su autocontrol por la borda y llegaba, incluso, a enseñarle el puño al párroco. Sebas, el único que presenció la pelea, se quedó detrás de la barra del bar sin saber muy bien qué hacer. Él no era nadie para interrumpir. Al fin y al cabo Don Joaquín era su jefe y el Club Social de Hombres era de su propiedad, por lo que tenía todo el derecho de tumbar sillas y romper vasos.

De vez en cuando las manos estallaban sobre el verde tapete de la mesa volteando las monedas que habían quedado del juego. En un principio la disputa se basó en amenazas veladas, frases cargadas de significado que Sebas no lograba descifrar. Poco a poco, al tiempo que los dos hombres se calentaban, empezaron a echarse en cara sin disimulo los secretos que cada uno escondía. Era como si la tensión de la pelea hubiera acabado por romper el saco de las culebras, como si el calor de la contienda, que pintaba de rojo las caras del Don Joaquín y el Padre Fran, hubiese fundido la máscara de respeto que ambos llevaban todo el día.

A Don Joaquín se le notaban las ganas de retorcerle el alzacuello al párroco del pueblo. Sebas ya había notado hacía tiempo que el Padre Fran le caía un tanto gordo al banquero. No era algo que fuera evidente sino más bien todo lo contrario. Don Joaquín se preciaba de ser un caballero y gran jugador de póker, y ninguna de estas dos cualidades le permitían mostrar en público sus sentimientos para con nada ni nadie. Su estudiada pose, junto con el hecho de que todos en el pueblo se acercaran a él con una mezcla de miedo, respeto y vergüenza que a menudo les hacía bajar la cabeza en su presencia y mirar al suelo, eran los pilares en los que se basaba el ascendente moral y social del banquero sobre los habitantes del pueblo.

Y todo ello a pesar de que Don Joaquín había sido de los últimos en llegar al pueblo. Un día se bajó del tren acompañado de una maleta cargada de dinero, una esposa y dos hijas, sin duda las criaturas más bellas que habían pisado esa polvorienta tierra. En seguida se convirtió en una persona popular en el pueblo, sobretodo entre los hombres, que acudían a su casa a pedir crédito, algunos, o a echarle el ojo a las niñas, los más. Su presencia, y las deudas que prácticamente todos habían contraído con él (no siempre económicas) le habían convertido, en poco tiempo, en la persona más poderosa del pueblo. A Don Joaquín siempre se le había notado muy a gusto en esa posición. Era una persona preparada para ejercer el poder, para hacer su voluntad.

Por su parte el párroco era poco menos que el fundador del pueblo. De hecho había "fundado" a algunos de sus más jóvenes habitantes. Llegó con los primeros exiliados que habían ido a parar a esa tierra, y ya los tenía comulgando en una improvisada iglesia cuando algunos aún dormían en el barro. Desde el principio nadie daba un paso sin consultárselo primero al Padre Fran. Y a menudo él jugaba a su favor la baza del gran respeto que los temerosos habitantes del pueblo tenían al representante de Dios en ese recóndito rincón del planeta.
Quizá tan solo por eso la relación entre Don Joaquín y el Padre Fran no era una relación de amor ni de odio, sino todo lo contrario. Ambos detentaban parcelas de poder en el pueblo y estaban obligados a soportarse lo mejor posible, sin que ninguno pudiera permitirse descubrir que en realidad aborrecía al otro. De puertas para afuera eran dos buenos camaradas, que dos veces por semana compartían cartas, copas y puros.

Esa noche, la noche que Eladio subió al cielo, cuando Sebas se tumbó por fin en su catre, no consiguió dormirse. Estuvo toda la noche dando vueltas en su cerebro a todo cuanto se habían dicho Don Joaquín y el párroco en el salón del Club Social de Hombres. Sólo muy avanzada la noche cayó en la cuenta de que no hubiera debido escuchar nunca lo secretos ocultos que se habían desvelado. Antes de que amaneciera la sensación de estar en peligro se apoderó de sus ideas. Tan solo se dio tiempo para recoger de su habitación la ropa que le cupo en un saco de lona y salió corriendo del pueblo siguiendo las vías del tren. Un tren que tardaría mucho en volver a pasar.

(continúa)

Sent by Xose Sent by Xose on 04/20/2005 at 21:39 GMT | read 78 times
Comments

Hola soy chilena. Me encantó el cuento porque deja una enseñanza para quien la lee con detención, mi pregunta es: ¿por qué su título \"La noche que Eladio se fue al cielo\"? Es el mismo Padre Fundador de la Santísima Trinidad o un Eladio cualquiera?. A mi me pasó algo curioso: después de enviar un mail a una amiga donde le nombro al padre Eladio luego de haber terminado mi correo, me apareció en la pantalla unas ventanitas con esta página y fue sin buscarlo... ¿¿¿??? ¿dónde continua el cuento? trato se buscarlo y no lo encuentro.... gracias por todo.

Comentario Sent by adriana figueroa nova on 02/14/2006 at 23:15 GMT
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